Gladiolus italicus fuera del Mediterráneo
Unos minutos más cerca del Sol para encender nuestro corazón y es que celebro las estaciones del año porque creo en las estaciones del alma. Cambio, cambio constante, nunca he sabido quedarme y no es que no extrañe, extraño mucho pero con una felicidad nueva y es esa la que me mantiene firme. Y, aunque valoro los recuerdos, vivo sólo de esperanzas. Sin despedida, ¿cómo habrá verdadera bienvenida? Sin bienvenida, ¿por dónde entrarán las nuevas alegrías? Me despido del invierno y saludo al día de hoy.
Las estaciones son un ciclo, sí, pero un ciclo de renovación. Aquello que permanece inmóvil, intacto, está fuera de la naturaleza. Las estaciones son un ciclo de oportunidad, florea este año lo que fue muy joven para hacerlo el pasado, se desprenden las hojas que han cumplido su tiempo y, en todo momento, sigue afianzando la raíz. Es sencillo, ¿en qué momento nos creímos exentos del Universo si todo él refleja nuestro curso vital? Bien dice el Talmud que Dios ha colocado un ángel junto a cada tallo de hierba para que ésta crezca, ¿aun así nos atrevemos a creer que solos nos hemos ido formando? Tenemos más que a nosotros mismos de nuestro lado.
Me despido de mis dudas y las cambio por fe, a mis juicios por comprensión, a mi mal humor por más alegría. No me apena decir que han estado en mí, decir en voz alta lo que hay de dañino en nosotros tiene un efecto curioso, nos libra de ello, lo expulsa de nosotros. Parte de el daño es la opresión que nos causa el sentir que debemos ocultarlos, sin embargo, nadie puede ser libre mientras tema perder su libertad. Se vale tener defectos, se vale tener miedos, siempre que ellos no nos tengan a nosotros. Cuando estamos atentos a que todo funcione, tal vez perdemos el tiempo. Funcionar es cosa que una máquina hace, es su razón de ser, ¿por qué debería ser la nuestra? Hay experiencias que nos dan algo más que un simple funcionar, nos traen calidez, nos brindan paz, nos enseñan con amabilidad.
El objetivo del olvido, no es apartar a los demás ni ignorar lo ya vivido, es olvidarse de sí mismo. Olvidarme de mí y de mi efecto para poder aceptar un verdadero encuentro y disfrutar de conocer al otro, es abandonarse a lo que sucede en el instante. Y cuando a uno le regalan tiempo -como a mí- la forma más sincera de agradecerlo, es estando ahora-aquí. Tengo tiempo, me lo tomo poco a poco.
El paisaje siempre ha estado ahí, independiente de que lo veamos, ¿y si lo canto? Dejo de pasar para pasearme. Y sobre el pasto verde, fresco y suave: me suelto al viento y me dejo caer, caigo y veo las flores a mis pies.
Las estaciones son un ciclo, sí, pero un ciclo de renovación. Aquello que permanece inmóvil, intacto, está fuera de la naturaleza. Las estaciones son un ciclo de oportunidad, florea este año lo que fue muy joven para hacerlo el pasado, se desprenden las hojas que han cumplido su tiempo y, en todo momento, sigue afianzando la raíz. Es sencillo, ¿en qué momento nos creímos exentos del Universo si todo él refleja nuestro curso vital? Bien dice el Talmud que Dios ha colocado un ángel junto a cada tallo de hierba para que ésta crezca, ¿aun así nos atrevemos a creer que solos nos hemos ido formando? Tenemos más que a nosotros mismos de nuestro lado.
Me despido de mis dudas y las cambio por fe, a mis juicios por comprensión, a mi mal humor por más alegría. No me apena decir que han estado en mí, decir en voz alta lo que hay de dañino en nosotros tiene un efecto curioso, nos libra de ello, lo expulsa de nosotros. Parte de el daño es la opresión que nos causa el sentir que debemos ocultarlos, sin embargo, nadie puede ser libre mientras tema perder su libertad. Se vale tener defectos, se vale tener miedos, siempre que ellos no nos tengan a nosotros. Cuando estamos atentos a que todo funcione, tal vez perdemos el tiempo. Funcionar es cosa que una máquina hace, es su razón de ser, ¿por qué debería ser la nuestra? Hay experiencias que nos dan algo más que un simple funcionar, nos traen calidez, nos brindan paz, nos enseñan con amabilidad.
El objetivo del olvido, no es apartar a los demás ni ignorar lo ya vivido, es olvidarse de sí mismo. Olvidarme de mí y de mi efecto para poder aceptar un verdadero encuentro y disfrutar de conocer al otro, es abandonarse a lo que sucede en el instante. Y cuando a uno le regalan tiempo -como a mí- la forma más sincera de agradecerlo, es estando ahora-aquí. Tengo tiempo, me lo tomo poco a poco.
El paisaje siempre ha estado ahí, independiente de que lo veamos, ¿y si lo canto? Dejo de pasar para pasearme. Y sobre el pasto verde, fresco y suave: me suelto al viento y me dejo caer, caigo y veo las flores a mis pies.
Todo está bien.
¿Qué más puedo querer?