Cada Corpus y San Juan

Los ríos corren a través de mis zapatos, es que tienen hoyos -los zapatos míos, no los ríos de los que hablo- y llamo ríos a lo que en realidad son charcos. La gente los brinca por igual, a los ríos con puentes y a los charcos con saltos. Hace un día de verano, así son cada año; mas algunos olvidan pronto, se quejaban del calor y hoy han trasladado su inconformidad ante una lluvia que carece de servicios al cliente.  Me parecen divertidos los adoquines mojados y las gotas que cuelgan de mis pestañas, ni qué decir de la enorme bandera mojada que ahora se aferra al asta como la gente a los toldos de los comercios y a sus paraguas. A la derecha hay un pasaje en que los libros se regocijan con el agua porque es ella la única que ha pasado entre sus hojas, les da otras formas y revuelve sus letras para que digan nuevas cosas. Justo este par de días le pusieron pausa a las marchas, pero de cualquier modo la gente se forma bajo los palacios y los rascacielos para hacer resistencia a una lluvia por la que sus antepasados oraron. Mas ya nadie está hecho de maíz sino de harina de trigo refinada y por eso el agua los apelmaza. 

Atravesamos las puertas que hoy estuvieron abiertas para que pasara la brisa y reconociéramos en ella lo que Elías, porque a muchos ya ni les gusta ver llover, mucho menos mojarse, y cierran los ojos al Cielo. Creen que se les viene encima, cuando sólo quiere caminar entre nosotros y quizá nos trae agua de mar o de manantial y tapiza el suelo con un brillo que cambia con la luz. Un café adentro servido en mesas pequeñas y lloviendo afuera es una buena ocurrencia. Un té adentro servido en mesas pequeñas y lloviendo afuera también lo es. Yo siempre tengo antojo de coco, es verdad. Se requieren canoas para atravesar la avenida por el paso peatonal. 

Aquí los ángeles usan penachos blancos,
aletean los cambios sin prescindir del verano.

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