Vida secreta de los sueños despiertos

Luego está el beso que nunca me diste, me dices, mientras ordenas los libros en aquel estante. ¿Y qué puedo contestar a reclamo tan rotundo? Sabemos ambos de este amor que nos tenemos y que tanto nos hemos esforzado en ocultar tras una confusa amistad que -ya navegando- se nos ladea hacia el romance. Seremos siempre amigos, te digo yo. Porque sé que se te convierte en monstruo de debajo de la cama el pensar que podríamos dejar de serlo, he constatado varias veces que crees tú en el amor a primera vista y yo prefiero el de ojos cerrados -¿o era al revés?-. Me pasan cosas contigo, eso no te lo digo, lo pienso. Es tu cabello, tan danzarín como el mío. Son tus ojos de color tierra, tan cálidos como ella. Es lo mucho que te quiero, tan obvio como este silencio. Haciendo el recuento, nada nos falta más que la misma carencia. Todo lo tenemos, hombre. Tenemos la similitud de nuestras almas hermanas, tenemos esa intuición mutua, tenemos eso de haber coincidido en tiempo, espacio y ganas de conocernos. Todo esto sabe a chocolate, corazón, y tiene aroma de caoba. Tus facciones de pronto aparecen como talladas en madera con la luz de la tarde. ¿Cuántas veces más nos retaremos solos en esta biblioteca a amarnos con tanto metro cúbico y cuadrado entre nosotros? La fuente del patio se ha cansado de vernos distanciarnos y ni qué decir de los pájaros. También está la canción que jamás bailamos, continúas. Esa sí la recuerdo. Platicábamos en el jardín con el viento hurtando una que otra de nuestras palabras, la taza de té entre las manos y los pinceles a un lado. Pero nosotros no teníamos conversación ni frío ni sed ni pinturas, sólo queríamos cercanía y yo apoyaba mi cabeza en tu hombro y tú apoyabas la tuya en la mía y fingíamos no desear más. Hasta que comenzó ese vals de Marianelli que nos quita por igual el aliento, pero mientras yo enseguida comencé a dar vueltas entre los árboles, tú decidiste mirarme y reír. Me encanta tu sonrisa y la forma en que descansas. Me gustan nuestros paseos citadinos y las tardes de artisteada, nuestras salidas nocturnas y las anécdotas de la madrugada. Pero debes irte y tomas ya tus cosas. Muchas veces juego a imaginar el día en que te quedas, el día en que despierto y no debo esperar a que vengas porque tu casa y la mía son la misma. Nos vemos mañana, dices. Y empieza el trámite burocrático, ese de tener que separarnos. Se nos tropieza el mismo beso en la mejilla -¿jamás llegará a sus destinatarios?-, se nos desatan pronto los brazos -¿es que es tan peligroso un abrazo?- y se nos traba la verdad en la lengua. 

Mas una vez que te das media vuelta 
y yo he cerrado la puerta: 
Te amo
y me amas.

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