Ding dong en clave de Fa
No lo viste, pasó delante de tus ojos pero se quedó detrás de tu entendimiento. Reclamas aquello que nunca te ofrecí porque es tan mío que la única manera de tenerlo es teniéndome cerca y lo que has hecho tú es meterme unas ganas enormes de lejanía. La verdad es que jamás estuvimos cerca, todo este tiempo he estado detrás del escaparate de tus afectos, como golosina para tu mirada, como amuleto para tu egoísmo. Nada te falta y, sin embargo, eres pobre porque todo lo quieres para ti. No es a mí a quien quieres, no me quieres a mí, me quieres para ti por lo poco que te quieres. Mentira es que nos llames amigos para disculpar esa rudeza tuya con la paciencia mía, que la paciencia la tengo para engaños y descortesías mas no para quien las monopoliza. Buscas ganar un juego en el que eres tú el único jugador y estoy yo en juego, y así, ¿quién tendría competencia? No te importo, hombre, tampoco eso. Que si así fuera, serías otro ahora y jamás habrías sido el que fuiste; que si así fuera, sabrías cuál es la verdadera belleza y no esa imagen chueca en que piensas. Que la belleza no es para hacerte sentir bien, porque sería violar su esencia, la belleza es un fin en sí mismo y para ti nunca ha sido meta, que corres para el lado de la autocomplacencia. Tú tocas la puerta y te vas corriendo.
Si no respondo,
no es que ya no esté,
es que no te abro
porque la realidad es
que jamás quisiste entrar,
(sólo saber si te dejaría pasar).
Y se te fue por tomar a la amistad como ama de llaves de mi amor,
cuando mi amistad es mi amor de entrada.
Yo no te odio, si lo crees es que jamás nos conocimos. Y quizá estuvo bien. Sucedió un día que comprendí que tu mal trato es un maltrato y que, precisamente porque mereces tú un buen trato y me cuesta tanto a mí dártelo después del desengaño, mejor trato es no tratarnos.
El secreto, hombre, está en tocar el timbre
sin dañar la puerta.