Eau de fleur de prunier
Hay un colibrí que viene seguido cuando escribo, se para en la antena, justo frente a la ventana y sale el sol. Sacude las alas, mira hacia el cielo y, tras unos momentos, se va. Tal vez en eso nos parecemos, le digo, que no sabemos estarnos quietos. ¿Que si podríamos quedarnos? Podríamos y lo hemos hecho, pero para quedarse primero hay que llegar y uno llega siempre de otro lugar. Quieres salir y no te abren la puerta, de pronto te llueven llaves, ¿ya ves?
Nos despertamos en otro idioma y comenzamos a cantar. Donde se ven años, veo sueños bajados del Cielo pa' vivirlos aquí y el anhelo se me transforma en suspiro. Donde se ven distancias, veo caminos y lanzo semillas a la tierra que un día de estos voy a tocar. Quiero estar, estar queriendo. No es capricho disfrazado de audacia ni otro eufemismo para buscar soledad, sólo me dejo guiar y esta vez el Faro apunta hacia allá. Me encanta este lugar, mas me niego al arraigo domiciliario. En este lugar, esos terrenos cercanos al mirador las estrellas me han iluminado el pensamiento en la noche, el sol se pone tras cada uno de los árboles, la luz reflejada en el pavimento tras las lluvias salta en chispas cuando saltas a un charco. Pero, ah, estrellas, lluvias, árboles y sol hay a donde voy.
Claro que sé extrañar: con la sonrisa en la esquina de la boca y con estos ojos que aunque la hagan de mirada perdida, bien que te saben encontrar.
Ya esta aquí el colibrí, viene cada vez de más allá. Tal vez se va porque sabe regresar, se va porque reconoce su hogar desde cualquier clima y lugar. Pero cuando regresa, sé que ve más de lo que veía antes de volar.
Tenemos antojo de ciruela,
aunque pinte y crezca los besos.