Poquito terrorismo
Cuando le llamas violencia a las palabras que describen tus acciones, ¿has pensado que es lo narrado y no la narración lo que lastima?, ¿que el dolor con que escribo es el mismo dolor que provocaste? No me prediques silencio cuando has gritado para callarme, no me prediques paciencia cuando espero desde el exilio tu respuesta, no me prediques por favor: predícame ¡por amor!
La rudeza es la imitación débil de la fuerza. Puedes mirarme con desprecio y pensar para tus adentros que soy la causa de las tristezas que vives en silencio. Es lo que piensas, es lo que dejas que digan ellas mientras levantas tus manos en el altar y -aunque todas tus palabras ahí arriba son verdad- yo no te creo. Porque bendices a quienes se presentan ante ti con dificultad para respirar y rezas por los corazones que se detuvieron para no latir más, pero me maldices a mí, asfixiada por tu indiferencia y con el corazón paralizado para amar.
Es cierto que no confié en tu neutralidad. ¿aún crees que existió tal? Hay gente que puede dormir con calma y gente que no puede ni pasar. La neutralidad apoya al opresor, no a la víctima, y tú amas a aquellas que ponen decoraciones en tu ventana aunque hablen mal de ti a tus espaldas. Tú quieres espejos que te celebren -no ventanas- y todavía ignoras porque se siente más y más cansada tu carga: ¿Es que no has visto que las heridas con arma te sacan la vida pero no sacan lágrimas? Porque las balas se acaban, pero no las manos que las disparan.
Y culpas a tu hermano -que un día cupo en tus brazos- por no saber cómo esquivar las piedras que te lanzan, por acumular batallas perdidas cuando querías retiradas. ¿De qué te avergüenzas? ¿De que te culpen de imprudencia quienes se armaron de escándalo y dijeron que actuaban en tu defensa? Lo sé, que necesito callar mis ganas de gritar, que el silencio es lo único correcto para alguien que nunca tuvo el valor de dejarse atrapar, que las quejas son evidencia de que la sangre que corre por mis venas es la de la revuelta.
Por eso fui a medio sol con el vestido de flores rojas, para pasear por primera vez donde tantas veces tuve que correr, para sentarme a comer donde me tuve que esconder, para poder sonreír en donde me ordenaron huir.
Todavía estoy tratando de aprender a acoger en mí,
lo que otros nunca van a aplaudir.
La rudeza es la imitación débil de la fuerza. Puedes mirarme con desprecio y pensar para tus adentros que soy la causa de las tristezas que vives en silencio. Es lo que piensas, es lo que dejas que digan ellas mientras levantas tus manos en el altar y -aunque todas tus palabras ahí arriba son verdad- yo no te creo. Porque bendices a quienes se presentan ante ti con dificultad para respirar y rezas por los corazones que se detuvieron para no latir más, pero me maldices a mí, asfixiada por tu indiferencia y con el corazón paralizado para amar.
Es cierto que no confié en tu neutralidad. ¿aún crees que existió tal? Hay gente que puede dormir con calma y gente que no puede ni pasar. La neutralidad apoya al opresor, no a la víctima, y tú amas a aquellas que ponen decoraciones en tu ventana aunque hablen mal de ti a tus espaldas. Tú quieres espejos que te celebren -no ventanas- y todavía ignoras porque se siente más y más cansada tu carga: ¿Es que no has visto que las heridas con arma te sacan la vida pero no sacan lágrimas? Porque las balas se acaban, pero no las manos que las disparan.
Y culpas a tu hermano -que un día cupo en tus brazos- por no saber cómo esquivar las piedras que te lanzan, por acumular batallas perdidas cuando querías retiradas. ¿De qué te avergüenzas? ¿De que te culpen de imprudencia quienes se armaron de escándalo y dijeron que actuaban en tu defensa? Lo sé, que necesito callar mis ganas de gritar, que el silencio es lo único correcto para alguien que nunca tuvo el valor de dejarse atrapar, que las quejas son evidencia de que la sangre que corre por mis venas es la de la revuelta.
Por eso fui a medio sol con el vestido de flores rojas, para pasear por primera vez donde tantas veces tuve que correr, para sentarme a comer donde me tuve que esconder, para poder sonreír en donde me ordenaron huir.
Todavía estoy tratando de aprender a acoger en mí,
lo que otros nunca van a aplaudir.