Parroquiana
Esperé demasiado, como que la justicia se diera una vuelta por mi vida, que viviera conmigo unos días, pero antes les hablé con amor y hoy con amor digo que me voy. Aquí no hay nada de drama, hay deseos de una historia más como la busco y más como la merecen.Y si ya temía que pensaran en alejarse de mí, ahora si fuera otros, yo huiría. Que hay que luchar bien en las buenas batallas, que de las otras hay que caminar con bandera blanca. E intenté más de mil veces con ambas.
Me gustaría tanto que el corazón des-latiera a veces, que me diera
unos minutos, que aguardara la claridad, pero antes canté con amor y con
amor cierro mi boca. Porque, ¿qué cosas lindas pueden decirse cuando se calla la verdad? Desde el momento en que se prefirió el silencio a cambio de la Palabra, en cuanto se me cerraron las puertas y a otros los ojos y ese día que salieron a recordarme que no es mi lugar donde no soy libre de amar. Ese día que se prefirió el vacío a mi presencia, como si fueran lo mismo. Y para otros lo eran.
Cuando quedan espacios es porque esperamos, es como abrir los brazos;
pero cruzarlos y fingir que nunca estuvo áquel a quien rechazamos, es
tan distinto. Al principio saludé con amor y con amor me despido. Los vacíos duran muy poco porque no podemos verlos, se sienten ahí, como menos paz o más peligro, y tratamos de llenarlos con más fronteras o menos cosas nuevas. El vacío es un hambre de vida, de una vida diferente, por eso se parece tanto a la muerte.
Porque lo difícil de amar en mí, más que este rostro que es pura fragilidad, es esa impredecibilidad que tiene quien recién llega, esa impredicibilidad que nos contagian el extranjero y el extraño porque desconocemos cómo reaccionar ante quien no planeamos recibir. Mas la hospitalidad es todo menos recibimiento programado, ¿quiénes somos si sólo respondemos bien a aquellos que resultan como los pensamos nosotros? ¿quiénes son los otros? Y la auténtica hospitalidad es el perdón, el perdón de corazón, nada de esa diplomacia para ver claro nuestro reflejo en el espejo de nuestra conciencia. No, ese no.
Hablo del perdón que es la otra cara de la acción. Es el perdón el que permite el inicio de cosas nuevas y no hay poder más grande ni acto más libre. Estuve aquí por amor y por ese mismo amor me retiro.
Miedo.
Todo fue miedo
y tan poco cariño.
Porque lo difícil de amar en mí, más que este rostro que es pura fragilidad, es esa impredecibilidad que tiene quien recién llega, esa impredicibilidad que nos contagian el extranjero y el extraño porque desconocemos cómo reaccionar ante quien no planeamos recibir. Mas la hospitalidad es todo menos recibimiento programado, ¿quiénes somos si sólo respondemos bien a aquellos que resultan como los pensamos nosotros? ¿quiénes son los otros? Y la auténtica hospitalidad es el perdón, el perdón de corazón, nada de esa diplomacia para ver claro nuestro reflejo en el espejo de nuestra conciencia. No, ese no.
Hablo del perdón que es la otra cara de la acción. Es el perdón el que permite el inicio de cosas nuevas y no hay poder más grande ni acto más libre. Estuve aquí por amor y por ese mismo amor me retiro.
Miedo.
Todo fue miedo
y tan poco cariño.